• En el marco de distintas charlas dictadas tanto en Estados Unidos como en Francia y Chile, el académico de la Universidad de Tarapacá señaló que, en la búsqueda de generar riquezas materiales, se ha ocasionado un alto impacto en los ecosistemas del norte del país, indicando que lo mismo que ocurrió con las salitreras de antaño pasa en la actualidad

Según registros arqueológicos de distintos especialistas nacionales e internacionales, la presencia humana en el Desierto de Atacama tendría una historia de más de 13.000 años, tiempo en el que diferentes grupos sociales habitaron este árido territorio en distintas épocas, siempre que las condiciones ambientales fueran apropiadas. Pese a que esta relación humano-desierto estuvo en un constante equilibrio por miles de años, a partir del siglo XIX comenzó a ser cada vez más destructiva.

Esta historia es la que el Dr. Calogero Santoro, arqueólogo de la Universidad de Tarapacá y director del Proyecto Anillo CONICYT “Escallonia”, ha narrado en distintas charlas dictadas tanto en Estados Unidos como en Francia y en nuestro país, con el objetivo de generar conciencia en la manera en que los seres humanos interactuamos con el medio ambiente del norte de Chile y del planeta.

En estas conferencias, el especialista hace un repaso por la historia del Desierto de Atacama, dividiéndola en tres grandes fases: nicho de caza y recolección postglacial, nicho de agricultura y silvicultura del holoceno tardío, y nicho extractivo-destructivo moderno.

“La primera fase comienza con el arribo de grupos de cazadores recolectores a la Pampa del Tamarugal, hacia finales del pleistoceno, cuando el paisaje era más verde y tenía más agua debido a un aumento en las precipitaciones en los Andes. De esta época no se cuenta con evidencia arqueológica o paleoecológica de algún impacto ocasionado por las acciones de vida de caza y recolección de estos grupos humanos”, explicó el especialista en una jornada dictada en el Museo Penn, de la Universidad de Pennsylvania.

Entre 9.000 y 3.000 años atrás, bajó la intensidad de las lluvias, ocasionando que la vegetación y la vida asociada a la zona disminuyeran drásticamente. Los ecosistemas se hicieron más áridos y el agua escaseó, motivo por el cual los antiguos pueblos habrían abandonado el desierto, marchando a la costa y a la montaña.

Este período de sequía finaliza con un nuevo aumento de las precipitaciones en los Andes, la que reactivó los arroyos y napas subterráneas del desierto, comenzando un nuevo proceso de colonización humana del territorio. “La vegetación creció nuevamente, pero no como era antes, sino que en menor cantidad. Debido a esto, la recolonización no pudo basarse exclusivamente en sistemas de caza y recolección, por lo que los humanos desarrollaron la agricultura y la silvicultura, canalizaron las aguas superficiales, se desmalezó y se erradicó flora nativa, y se introdujeron plantas que consumían en otros territorios, como la papa, el camote, ají, maíz, quinoa, entre otras. Esto habría incluido también la introducción de árboles tan icónicos como el algarrobo, cuyos frutos complementaron la dieta, la que no daba abasto sólo con la agricultura y la caza local”, explicó Santoro en una charla dictada en San Pedro de Atacama.

Esta segunda fase produjo grandes transformaciones en la naturaleza y carácterísticas del desierto: se construyeron aldeas, aparecieron los pueblos caravaneros con el apoyo de llamas  cargueras que movieron productos de primera necesidad y de prestigio, como pescados y mariscos, desde la costa; y maní, mandioca y camote, desde la foresta tropical; y se humaniza el paisaje del desierto con la elaboración de geoglifos. En definitiva, se desarrolla una nueva forma de interactuar con el desierto, que no cambia sustancialmente con la invasión europea del siglo XVI, pero que sí sufre un violento cambio tres siglos después.

“En el siglo XIX pasamos de una fase transformativa a una destructiva en la relación del humano con el Desierto de Atacama, produciéndose cambios cualitativos en el paisaje con un fuerte impacto en el medio ambiente. Esto debido, principalmente, al ciclo salitrero que integró a la zona en la economía mundial”, explicó el arqueólogo.

Con este ciclo minero comenzó la tercera fase, la del nicho extractivo-destructivo moderno, que significó una ocupación mucho más violenta del desierto, caracterizada por la sobreexplotación de los recursos naturales, especialmente el agua. “Todo esto con el único fin de generar riquezas que florecían en otros lugares del país y del mundo, sin considerar el impacto en el medio ambiente y en la vida de los humanos que vivían en el desierto, como las condiciones de vida en las salitreras. Este tipo de relación no ha cambiado, por el contrario, ha aumentado en la actualidad, como se verifica en Antofagasta o Iquique, que se transforman en ciudades vinculadas a procesos mineros extractivos, pero cuya riqueza no se ve reflejada en la población local. Esta relación con los recursos del desierto requiere de cambios culturales que permitan vivir en mejor sintonía con el desértico ambiente que nos rodea”, sentenció.

Con la conferencia “The Long Term Anthropocene History In The Atacama Desert”, a presentarse en la Université Paris Nanterre, este 29 de noviembre, se cierra este ciclo de charlas en el extranjero, con las que se el Dr. Santoro espera contribuir a la concientización sobre la destructiva relación del humano con el Desierto de Atacama.