Cuando uno conversa con Paula Ugalde, arqueóloga de la Universidad de Chile, se da cuenta que tiene objetivos claros y una meta bien definida: contribuir a la sociedad que la vio nacer, en su caso, el norte de Chile, específicamente la ciudad de Arica. Tanto así que no se conforma sólo con el trabajo de investigación propio de su área, sino que también busca entregar el conocimiento obtenido a la comunidad, dando charlas en colegios e incluso publicando un cuento para niños inspirado en tiempos prehispánicos llamado “El primer viaje, caminando por los senderos del desierto”.

En esta búsqueda por cumplir sus objetivos, y luego de desempeñarse en el Centro de Investigaciones del Hombre en el Desierto y el Instituto de Alta Investigación de la Universidad de Tarapacá, la actual colaboradora del proyecto Escallonia (SOC 1405) decidió asumir el desafío de realizar un doctorado en antropología en la Universidad de Arizona, Estados Unidos, con especialización en geociencias.

¿Por qué Geociencias?

Principalmente, porque durante el tiempo que he estado trabajando me di cuenta que en Chile no se ha explorado mucho esa rama del conocimiento y eso provoca que la obtención e interpretación de datos arqueológicos en terreno tenga algunos vacíos e imprecisiones. La arqueología tiene diversas aristas y la que se refiere al trabajo en terreno es muy geológica, pero en Chile no se ha dado énfasis a eso. Tampoco hay muchos especialistas en esa área. Entonces si uno excava y no sabe mucho de estratigrafía, sedimentología o geomorfología, la recolección de datos se ve limitada. La geociencia permite analizar cómo los materiales encontrados en contextos arqueológicos se insertan en el sistema de la tierra y de qué manera esta información puede entregar diferentes perspectivas sobre las sociedades y personas que se asentaron en un lugar, cómo lo modificaron, entre otras cosas.

¿Por qué elegiste la Universidad de Arizona?

La escogí específicamente porque está muy bien ranqueada en el área de antropología dentro del país. Su facultad de antropología es gigante, con muchos recursos, cuenta con un staff de veintiocho profesores, que es algo que nunca había visto.

Está súper conectada con la Facultad de Geociencias, que es lo que a mí me interesa. También cuentan con un laboratorio de Radiocarbono 14 y un edificio completo de dendrocronología, que es la ciencia que estudia el crecimiento de los anillos de los arboles, que, además, es la base para calibrar las edades radiocarbónicas. Tiene un museo y la línea de geología que ellos manejan está muy enfocada a los ambientes de desierto, dado que la universidad está ubicada en uno.

Profesionalmente hablando, esta nueva etapa es un gran logro para ti

Después de patalear mucho, me di cuenta que si uno se quiere dedicar a la investigación, en realidad sirve hacer un doctorado. Me tomé un tiempo para decidirlo, porque quería analizar muy bien qué estudiar. No quería terminar el pregrado y que mi paso obligado fuera el doctorado, quise explorar cuales eran mis opciones. Más que el título, lo que me emociona es aprender cosas nuevas, trabajar con profesores nuevos, aprender de culturas nuevas, eso me tiene contenta.

¿A que te refieres con “después de patalear mucho”?

Cuando estuve en la universidad, nos prepararon mucho para investigar. Específicamente, en la Universidad de Chile te preparaban como investigadores, no como arqueólogos de campo o como arqueólogos de impacto ambiental. No sé mis compañeros, pero al menos yo sentía que sí estaba preparada para ser co-investigadora, por ejemplo. Me molestaba mucho haber estudiado cinco años y que me obligaran a seguir estudiando. Al tiempo descubrí, y esto se lo debo mucho a Calogero Santoro y al resto de las personas con las que me empecé a rodear, entre ellos Claudio Latorre, quien también estudió en la Universidad de Arizona, que uno se puede enfrentar al doctorado de formas diferentes. Trabajando con ellos me di cuenta que sabían mucho más que yo, descubrí que tenía falencias de conocimientos y no podía ser jefa de proyecto, tampoco podía colocar mis hipótesis y mis preguntas en las investigaciones, entonces ya no estaba haciendo el trabajo que yo quería hacer. Para mí, la arqueología es realizar una contribución a la sociedad actual, a través del estudio del pasado y uno también quiere plantear sus propias interrogantes. Todo este proceso de autodescubrimiento duró aproximadamente siete años.

¿Cuáles son tus planes para cuando termine esta etapa?

Mi sueño siempre ha sido volver a Arica, por ahora no me imagino en otra parte. Además, creo que, si mi idea era parchar algunas cosas que acá no se han abordado, sería injusto quedarme en un lugar como Arizona, donde las cosas en este aspecto funcionan bien. Por otro lado, tengo un arraigo muy fuerte con Arica, esta es mi ciudad y creo que tiene mucho potencial, pero siempre está estancada. Para que surja se necesitan muchos profesionales de calidad que implementen buenos proyectos en diversas áreas, no sólo en arqueología, también en turismo, patrimonio, etc. Espero ser una pequeña contribución para que Arica y el norte se hagan conocidos y mejoren sus condiciones.

¿Continuas tu relación con el proyecto Anillo?

Creo que con Calogero Santoro hacemos una buena dupla, trabajamos bien juntos y en muchos sentidos es mi mentor. Al menos, por mi lado, no me gustaría romper ese vínculo. Cualquiera sea el proyecto en el momento, yo necesitaré un nido al que volver, además todo mi proyecto está pensado en las temáticas que se están trabajando en el desierto de Atacama y se complementa muy bien con el objetivo principal del Anillo que es recrear la historia natural y cultural de la Pampa del Tamarugal.

Personal y familiarmente ¿Ha sido complicado el emprender nuevos rumbos?

Siempre los cambios son fuertes, porque implican romper ciertas rutinas y relaciones que se generaron, también implica dejar la ciudad donde vivo y a la cual quiero, dejar a mi familia y mis amigos. Es un sentimiento ambivalente, porque siento pena, pero también creo que era el momento de emprender un nuevo rumbo y conocer cosas nuevas. Así que igual estoy contenta y agradecida de la oportunidad que se me está dando, agradecida de la Universidad de Arizona y de quienes han sido mis maestros hasta ahora: Calogero Santoro, Claudio Latorre, Victoria Castro, mis compañeros de equipo y el hermoso desierto de Atacama.