Los trabajos de Victoria Castro abarcan temas tan diversos como el arte rupestre, la relación entre comunidades y su medio ambiente o la concepción cultural del colibrí, y es que si hay algo que destaca a la arqueóloga nacional es su pasión por la interdisciplina. “He estudiado la relación del ser humano y la naturaleza desde distintos ángulos. Mi eje es la antropología, la etnohistoria y la arqueología, pero mi vinculación es mayormente hacia la biología, particularmente la etnoecología”, explica la profesional.

En sus más de treinta años dedicada a la investigación y la docencia, ha trabajado y formado a distintas generaciones de arqueólogos, lo que le ha valido un amplio reconocimiento de parte de sus pares y también su nominación al Premio Nacional de Historia 2016, llevada a cabo por la Sociedad Chilena de Arqueología (Scha), el Colegio de Arqueólogos y la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile (Facso).

Según explica la Scha, parte de esta postulación se debe a que “provocó cambios notables en las perspectivas teóricas y metodológicas para comprender y explicar los procesos históricos de las sociedades indígenas prehispánicas, en la medida que integró interdisciplinariamente la arqueología, etnohistoria, etnografía, etnobotánica, etnozoología y la lingüística”.

victoria-castro-2¿Cómo desarrolla estas nuevas perspectivas de investigación?

Podríamos decir que gracias a la arqueología, la disciplina desde la cual partí. Cuando vivíamos con los pueblos del altiplano, me di cuenta que los relatos de la gente me entregaban valiosa información de los sitios que investigábamos y de ahí hace sentido el concepto de la etnoarqueología. Uno puede comprender la historia y la concepción de las antiguas comunidades a través de los relatos etnográficos de las actuales. Por ejemplo, algunos abuelos del norte me decían: “cuidado, en otro momento tú podrías haber sido un ave”, y ahí uno se da cuenta que ellos no hacen la escisión naturaleza-cultura.

¿Hablan de reencarnación?

No. No utilizan esos conceptos, pero para ellos hay que tenerle tanto respeto a esa ave como a uno mismo, porque el animal que está ahí podría haber sido un humano y viceversa. Claro que esto lo ven de una manera muy inocente, natural y espontánea.

Yo aprendo de este tipo de relatos, de la riqueza de los pueblos originarios y de su concepción de mundo. Y todo esto me va llevando por esta senda sui generis en la que abarco distintas temáticas. Incluso hice un estudio sobre el picaflor. ¿Y por qué lo hice? Esto fue porque encontré que existían una serie de representaciones de esta ave en el arte precolombino, principalmente en vasijas Nazca, presentándola como una deidad. Entonces, decido escribir sobre esta dimensión del picaflor, que no es la del estudioso ornitólogo, sino de la visibilidad que le da el ser humano y que representa mil veces en su arte, generando análisis interesantes de la relación humano-naturaleza y el cómo las comunidades perciben los distintos lugares en los que habitan, construyendo una forma de paisaje.

¿A qué se refiere con construir una forma de paisaje?

Existen dos formas de construcción: una es la del mundo de las ideas, en la que al paisaje que habito le otorgo significado, sentido, valor, y eso ya es un paisaje construido. Por ejemplo, el océano Pacífico es vasto, pero puede que yo viva en cierta caleta y esa caleta es única para mí, es un paisaje que yo describo de una manera particular en cuanto yo lo percibo de manera particular.

A través de esta gama de posibilidades que el ser humano le otorga a la naturaleza, uno podría hacerse la pregunta de qué fue primero: la naturaleza o la cultura. Uno dice, claro, debe existir naturaleza para que el humano se asiente en un lugar, pero sin el ser humano no hay quien piense la naturaleza, entonces no sabríamos que existe. Es una reflexión muy filosófica.

Existe también el concepto de habitar, que es instalarse en un lugar y no sólo a partir de las ideas, sino que a través de actos físicos, por ejemplo, construir una casa, un templo, un mercado o usar ciertos espacios para fines específicos que yo y mi grupo social realizaremos y que no lo hará otro.

¿Y dónde ha enfocado su trabajo en relación a esta concepción de paisaje?

Fundamentalmente, en el norte grande de Chile, tanto en la costa como en el altiplano de la Región de Antofagasta. Por ejemplo, en el libro Paisajes Culturales de los Andes tengo un artículo que se llama “Ayquina y Toconce: Paisajes culturales del norte árido de Chile”; por otro lado, tengo un trabajo con mis colaboradores en el que estudiamos los paisajes culturales de Cobija.

Actualmente, se encuentra en el proyecto de cambios sociales y climáticos en el Desierto de Atacama ¿En él también estudia el paisaje y la relación humano-naturaleza?

Por supuesto. Partimos desde la prehistoria para ver las transformaciones a través del tiempo, porque no es lo mismo el paisaje cultural del cazador recolector de hace 10 mil años que el paisaje cultural del orillero actual, por ejemplo. Al mismo tiempo, implica un trabajo interdisciplinario sobre lo que fue la Pampa del Tamarugal, la población que habitó ese espacio, la que lo habita ahora y el valor del recurso agua.

Imagino que implica mucho trabajo en relación al patrimonio…

Así es. Aquí hay mucho de desarrollo nacional local y las posibilidades de hacer que el desierto vuelva a ser un espacio de vida como lo era antes. Para ello tiene que existir una política gubernamental acorde con la idea del equilibrio humano-naturaleza, porque si no se trabaja desde esa perspectiva y le damos toda el agua a las mineras, todo se seca y no hay comida para la gente. No comemos cobre.

Hay que hacer un arduo trabajo de educación

Claro que sí. Me interesa que la gente, el pueblo, se eduque. En ese sentido, soy una defensora de la educación pública gratuita, porque soy una hija de la educación pública gratuita.