Por Calogero M. Santoro

Se ha ido un gigante de la música, don Manuel Mamani, que, por su origen, posiblemente ninguna calle, plaza o hito importante de alguna ciudad de Chile, menos de Arica, llevará su nombre, porque, dada su condición de hijo propio de esta tierra, ya sabemos cómo “tratamos en Chile al amigo cuando su mestizaje es más amerindio que europeo” (parafraseando la chilenisima canción “Si Vas Para Chile”, vals de Chito Faró compuesto en 1942; Mora Olate 2018; Cáceres et al. 2017). Esto, posiblemente, impidió que fuera reconocido entre los Tesoros Humanos Vivos que el Estado chileno “otorga a comunidades, grupos y personas distinguidas y destacadas entre sus pares, por aportes significativos a la salvaguardia y al cultivo del Patrimonio Cultural Inmaterial” del país. Hace un par de años atrás la Municipalidad de Arica lo reconoció como Hijo Ilustre de la ciudad y en noviembre de 2014, la Universiad de Tarapacá le entregó un reconocimiento público en el Teatro Municipal, evento al que asistieron artistas nacionales e internacionales junto a la participación estelar de su afamado Ballet Folklórico Universidad de Tarapacá (BAFUT).

Don Manuel nació en un pueblo muy remoto del altiplano, próximo a la frontera con Bolivia, donde hoy día, en el mejor escenario (con vehículo todo terreno y conductor avezado y acostumbrado a las condiciones del estrés de altura), toma más de 4 horas llegar. Por este motivo, su familia lo inscribió en el Registro Civil de Chile recién a comienzos del siglo 20, varios años después de su nacimiento, cuando ya tenía uso de razón. Desde ese momento, estimo, debió comprender que la montaña nunca iría hacia él y que debería emprender el rumbo a las tierras bajas, el mundo de las tinieblas en la cosmovisión de algunas sociedades andinas tradicionales.

Luego de educarse en el conservatorio de la Universidad de Chile, en Santiago, comenzó a forjarse como folclorista, compositor, trompetista, recopilador, investigador, lingüista, profesor y promotor de las tradiciones culturales andinas y de la lengua aymara, a nivel local, nacional y mundial. Pese a que su banda de música y danza brilló en muchos escenarios, su cruzada cultural nunca ocupó primeras planas en medios nacionales de prensa, radio y televisión, los que prefieren relatar incansablemente y con lujo de detalles hechos delictuales insignificantes e irrelevantes para la historia grande del país.

Fiel a sus tradiciones culturales, Manuel Mamani inició a las primeras generaciones de estudiantes de antropología y arqueología de la Universidad de Tarapacá a través de la pawa, una ceremonia andina de agradecimiento que invita al diálogo, donde no puede faltar la música tradicional, porque para don Manuel, en un acto ritual, “la música es uno de los elementos principales de comunicación que genera efectividad y a la vez enlaza la vida real con el mundo sobrenatural”, en la medida que la “presencia y el poder de la música… refuerza y da vitalidad a la identificación y personalidad de la comunidad aymara, asociada con la realidad circundante”, conceptos que vertió en una publicación del Ibero-Amerikanisches Institut de Berlín, a fines del siglo pasado.

Espero que la música de don Manuel siga atronando aún con más fuerza en los escenarios y que ojalá destape los oídos sordos, la miopía y la insensibilidad humana que parece estar inspirando la vida en el país.

Referencias

Cáceres, Gonzalo, She-ra León, Rodrigo Millán 2017. Cantaron a Santiago un día. Una aproximación a la poesía concreta de sus esquinas. Planeo 48.

Mora Olate, María Loreto 2018. Política educativa para migrantes en Chile: un silencio elocuente. Polis, Revista Latinoamericana 48:231-57.